Comentario
En Francia la definición definitiva de la V República tuvo lugar una vez concluida la Guerra de Argelia. Debré, que vivió el drama argelino como un desgarro personal, fue sustituido por Pompidou en abril de 1962, considerado como un colaborador personal del general más que como una personalidad representativa de su partido. Los problemas principales parecían, en este momento, los repatriados de Argelia y la defensa de una política europea basada en los Estados.
Eran agobiantes pero De Gaulle emprendió, además, una redefinición del régimen. En octubre de 1962 su victoria en el referéndum, que propuso la elección directa del presidente de la República -61.7% de voto afirmativo-, supuso también el triunfo de la lectura presidencial de la Constitución. En noviembre, además, se celebraron nuevas elecciones pues el Gobierno Pompidou había sido derribado en el Parlamento y los gaullistas llegaron al 32% de los votos, una cifra nunca alcanzada en la Historia parlamentaria de Francia por un partido político; en la segunda vuelta llegaron al 42%, rondando la mayoría absoluta, que el Gobierno obtuvo con el apoyo de los republicanos independientes.
De este modo, el poder de De Gaulle, de naturaleza carismática, quedó confirmado por el pueblo. El presidente fue, en realidad, un visionario de la política que pretendió, ante todo, a partir de un ideario nacionalista, adaptar a su país al papel que él mismo le atribuía en el mundo. "Francia se ha casado con su siglo", pudo exclamar satisfecho al final. En consecuencia, característica esencial de la V República fue la idea de que el presidente tenía "un dominio reservado" mientras el primer ministro era tan sólo la persona capaz de llevar a cabo la política del Presidente y no de obtener el voto de la Asamblea. El Consejo de Ministros no fue un lugar de debate político sino de tomar decisiones sobre la ejecución de los grandes designios presidenciales. Los primeros ministros ni siquiera pertenecieron a partido alguno (Pompidou, Couve de Murville). De Gaulle sólo tuvo tres primeros ministros en once años a pesar de lo cual hubo variaciones de ministros frecuentes al ritmo de los acontecimientos. En cuanto al Partido Gaullista quiso ser una especie de anti-partido que cubría un espectro muy amplio desde el centro-izquierda hasta la extrema derecha. Sus dirigentes fueron, sobre todo, correas de transmisión subordinadas a la cúpula.
El panorama político quedó completado por una oposición impotente. Tanto los socialistas como, sobre todo, el MRP mantuvieron una oposición blanda hasta el momento en que concluyó la Guerra de Argelia. El socialismo sufrió una crisis que le llevó a tener tan sólo 80.000 afiliados entre los que no había apenas jóvenes ni mujeres; tan sólo mantuvo el poder en determinadas grandes ciudades como Marsella o Lille. El resto de la derecha no gaullista prácticamente desapareció. Si Giscard propuso el "oui mais" -es decir, el apoyo con adversativas- eso significó no una contradicción sino una adición. Sólo con el tiempo hubo intentos de construir una izquierda no comunista o una tercera fuerza; esta última se plasmó en el Centro Demócrata
de 1966.
Mientras tanto, tenía lugar la edad de oro del crecimiento económico de Francia hasta el punto de que la del comienzo de los años setenta estaba más lejana de 1945 que la de esta fecha del final del siglo XIX. De Gaulle afirma en sus memorias haber dedicado la mitad de su tiempo a la economía, pero en realidad ése fue el resultado de lo sucedido en la etapa previa, por más que él jugara un papel importante en la sustitución de una moneda débil por otra fuerte y en el mantenimiento de la ortodoxia financiera.
En el período 1959-1970 Francia creció a un 5. 8% anual del PIB, una cifra que estuvo por encima de Alemania aunque muy lejos de Japón. El crecimiento se llevó a cabo en un clima de internacionalización de la economía, de modo que las exportaciones, que suponían un 10% del PIB en 1958, en 1970 llegaron al 17%. Por entonces Francia era el cuarto exportador del mundo. Las naciones europeas habían ya sustituido a las colonias como principal punto de referencia económico del país. La tasa de inversión superaba habitualmente el 20% y en el año 1969 llegó al 25%. Además, se produjo un cambio en la dimensión de las empresas: la Francia de los "petits" pareció haber desaparecido. En 1963 se fundó el primer supermercado "Carrefour".
Al mismo tiempo, el conjunto de la sociedad experimentó un cambio. En 1946-1974 la agricultura había pasado de suponer el 17% de la ocupación al 5%. Las ciudades que no suponían más que el 25% de la población durante el segundo Imperio ahora suponen tres cuartas partes. La población, que en 1962 era de 47 millones, llega a los 50 en 1969; ya en este año había 4 millones de inmigrantes.
Todos estos factores produjeron el nacimiento de una civilización de consumo semejante a la norteamericana de los cincuenta. Como allí, se produjo la aparición de una cultura popular dedicada a los más jóvenes: en 1962 empezó a emitirse el programa Salut les copains dedicado a la música joven mientras surgían las primeras estrellas del "pop" francés como Halliday, Vartan o Anthony. En la nueva sociedad el número de obreros se estancó y los campesinos y pequeños patronos tendieron a desaparecer. En 1963 dos sociólogos pudieron hablar ya de la "nueva clase obrera". Los sindicatos se transformaron: FO ("Force ouvrière") surgió de una escisión anticomunista de la CGT mientras que la CFTC -sindicatos cristianos- se convirtió en laica en 1964. Los salarios crecieron un 50% en moneda constante a lo largo de la República gaullista. A fines de los años sesenta el 15% de los franceses tenían ya una residencia secundaria. En 1959-74 la alimentación pasó de suponer el 37% del presupuesto a tan sólo el 24%.
Al mismo tiempo, la política exterior de la "grandeur" proporcionó un nuevo puesto a Francia entre las naciones. La idea de De Gaulle fue crear un nuevo sentimiento nacional; su propósito fue político pero, logrado el crecimiento económico, intentó asentar sobre él el logro de un nuevo papel a Francia. Su concepción internacional, vinculada a las ideas de la derecha francesa nacionalista, concedió siempre la primacía al Estado-nación pero acabó por crear un consenso político entre los partidos.
Lo más peculiar de esta política fue que Francia no aceptó una OTAN bajo hegemonía norteamericana. Los Estados Unidos le habían negado a De Gaulle la ayuda para su programa nuclear en tanto que no aceptara misiles en su suelo. En consecuencia, De Gaulle pretendió la creación de un directorio de la OTAN y se negó a aceptar la suspensión de las pruebas nucleares en la atmósfera, para finalmente abandonar la OTAN, no desde el punto de vista político pero sí desde el punto de vista militar porque Francia no había sido tratada como un igual. Pero la discrepancia fundamental, pese a los temores norteamericanos, era en las formas: apoyó a Estados Unidos cuando se produjo la instalación de los cohetes soviéticos en Cuba y en 1969 volvió suscribir de nuevo el Pacto atlántico cuando concluyó su existencia.
La política gaullista significó, sobre todo, la constitución de una fuerza nuclear y una determinada actitud ante Europa. El programa nuclear de la Francia gaullista tuvo su origen en la época de Mendès France, la crisis de Suez aceleró la producción del arma y en 1960 se hizo estallar la primera bomba. En 1967 navegó el primer submarino nuclear ("Redoutable") pero, al mismo tiempo, los efectivos militares se redujeron de 830.000 hombres a 330.000. Francia tuvo su fuerza nuclear teniendo en contra la hostilidad de la mayor parte de la población, pero acabó siendo un patrimonio también de la izquierda. La idea sobre Europa de De Gaulle era que debía tratarse de una confederación con una política homogénea. Los grandes intelectuales europeos no lo hubieran sido si hablaran el esperanto, afirmó de forma despectiva el general. De ahí también su negativa a la entrada británica. También, sin embargo, una cosa fueron las declaraciones y otra la realidad: al final, De Gaulle aceptó la concepción predominante de Europa pero la hizo funcionar a base de crisis y de amenazas. Su amistad con Adenauer vio nacer el eje Paris-Bonn que vertebró en adelante la realidad europea. De acuerdo con estos planteamientos intentó establecer una línea directa con Moscú y en 1964 reconoció a la China comunista. Al mismo tiempo no tuvo empacho en criticar la intervención norteamericana en Santo Domingo y mostrarse anglófobo en Quebec. Su descripción de los judíos como un pueblo "de élite, seguro de sí mismo y dominador" provocó indignación y ratificó una propensión proárabe.
Por otro lado, la suya pareció en un principio una política de colonialismo retrasado, pero acabó aceptando el principio de la descolonización y la autodeterminación. Nada más lanzada la idea de la "Communauté", se empezó a descomponer al separarse una de las naciones que la formaban (Guinea). La cooperación acabó por sustituir a los antiguos lazos que unían a la metrópolis con las colonias mientras los franceses aprobaban su pérdida. En este punto, como en toda su política exterior, De Gaulle fue un fracasado en lo esencial, pero también una persona que dejó tras de sí una importantísima herencia. Gracias a sus gestos teatrales consiguió que una potencia media desempeñara un papel desproporcionado. Con su impaciencia y a su autoilusión hizo que el francés medio superara su mediocridad y aceptara jugar a ser ciudadano de una gran potencia. Pero sus discrepancias respecto al resto de Occidente fueron "giros de vals, no cambios de alianza" (Aron).
Aun así su imagen se deterioró con el paso del tiempo. La campaña de 1965 fue la primera de carácter moderno marcando un duro contraste entre De Gaulle que tenía 75 años con Mitterand (49) y el centrista Lecanuet (45). Al final triunfó el general, aunque tras una segunda vuelta. Los electores de Lecanuet le dieron la victoria, pero tras ella el centro se organizó como tal y Giscard abandonó la mayoría. No obstante, en las elecciones legislativas de marzo de 1967 los gaullistas todavía conservaron la mayoría en el Parlamento.
El golpe más duro vino después. La crisis de 1968 no fue prevista y resultó el producto de una conciencia cultural más que otra cosa. El número de estudiantes universitarios había pasado de 200 a 500.000 en 1960-8; entre ellos proliferaron los pequeños grupúsculos izquierdistas, de acuerdo en lo que respecta a destruir la vieja sociedad pero carentes de una estrategia de conquista del poder y del proyecto claro de nueva sociedad. Las huelgas recordaron a un psicodrama más que en un movimiento revolucionario: nacidas en la base de forma espontánea, propagadas por contagio y capilaridad, paralizaron al país sin señalarle una senda concreta. El primer ministro Pompidou fue quien negoció con los sindicatos, logrando un acuerdo con ellos. Luego De Gaulle presentó la alternativa como una confrontación entre la reforma y el desbarajuste, mientras su desaparición durante unos días creó una enorme tensión dramática. El 30 de mayo de 1968 una manifestación cuidadosamente preparada le dio una gran victoria, también psicológica.
Las elecciones de junio de 1968 fueron las elecciones del miedo. Gracias a ellas el Partido Gaullista dominó por sí solo la Asamblea. Pero nada más triunfar De Gaulle sustituyó a Pompidou por Couve de Murville: en realidad no podía soportar la sola posibilidad de una diarquía y su colaborador parecía haber alcanzado la suficiente talla para ella. La actitud del presidente pretendió llevar a cabo una reforma basada en la "participación": de ahí la reforma universitaria llevada a cabo por Faure que estableció la autonomía. Por su parte la reforma regional supuso un cambio esencial en el Senado que tendría un papel consultivo y sería poco representativo. En el referéndum de abril de 1969 De Gaulle fue ampliamente derrotado (41 contra 36%) y tuvo que dimitir. Malraux pudo decir entonces que había elegido el referéndum como forma de suicidio.
En realidad, existió una más profunda continuidad entre la IV y la V Repúblicas de lo que pareció en estos momentos. Francia le debió a De Gaulle unas instituciones que hicieron posible la estabilidad y una gestión ordenada del crecimiento. Pero la sucesión de De Gaulle fue una prueba para el régimen, pues tanto el Gobierno como la oposición tenían serias dudas acerca de la posibilidad de su perduración con la desaparición del general. La derecha supo unirse a favor de un Pompidou que se sentía maltratado por el general y que convirtió la apertura en su programa. El problema para ella fueron los centristas: Poher, el ex presidente del Senado, tuvo apoyo inicial y simpatías, pero en el momento de la elección el peso de Pompidou se impuso porque en él se veía la representación de la magistratura presidencial; además, supo presentarse como un cambio dentro de la continuidad. El socialista Defferre pasó del 25 al 5% y en la segunda vuelta de las presidenciales los comunistas se abstuvieron. De este modo, Pompidou consiguió un mejor resultado que De Gaulle en 1965.
Georges Pompidou, nacido en 1911, hijo de un maestro, era un ejemplo del progreso de personalidades de apariencia no tan brillante gracias a las oportunidades proporcionadas por la República. Jefe de Gabinete de De Gaulle en 1948, discreto, disponible y a menudo más prudente y reflexivo que el general, en la época en que había estado ausente de la política se dedicó a la Banca; la preocupación económica le caracterizó por encima de cualquier otra. Moderado, su centrismo no era, sin embargo, el del radicalismo sino el del orleanismo: su ideal fue un Estado fuerte, derivado del gaullismo pero interesado, sobre todo, en la prosperidad económica
De todos los gaullistas, Pompidou eligió como primer ministro a quien le pareció más cercano a la apertura: Chaban Delmas había sido presidente de la Asamblea y tenía sus apoyos intelectuales en personas como el sindicalista cristiano de izquierda Jacques Delors. El programa del primer ministro fue definido como una propuesta de "nueva sociedad" y en el momento en que lo hizo público en el Parlamento recordó más a Mendès France que a De Gaulle. Pompidou no se opuso a este programa de reformas, pero consideró que el primer ministro le debería haber consultado con carácter previo; además, sus prioridades eran otras. Esta política llevó a la concertación en materia de política social y al aumento de los salarios más bajos. Combinadas, las políticas del presidente y del primer ministro supusieron una mejora de las relaciones con el Parlamento, pero no hubo un cambio importante, por ejemplo, en cuanto a la liberalización de los medios de comunicación públicos ni en la regionalización. El malentendido entre los dos personajes se mantuvo e incluso se agravó con el paso del tiempo.
Pompidou fue el principal responsable de la política exterior y la económica. La primera fue de continuidad con la de De Gaulle pero en mayo de 1971 se entrevistó con Heath y levantó la barrera que su antecesor había puesto a la presencia de Gran Bretaña en Europa. Al mismo tiempo, Pompidou se responsabilizó muy directamente de los programas económicos hasta el extremo de redactar con su propia mano la introducción del Plan de Desarrollo de 1971. El Estado -en su opinión- debía intervenir de forma directa en los grandes proyectos tecnológicos, como el programa "Ariane", o en la industria aeronáutica que obtuvo un éxito con el Airbus y un fracaso con el Concorde. Además, Pompidou insistió en la concentración de empresas y con ello obtuvo un éxito considerable. Pero, al mismo tiempo, su sentido conservador le hizo temer que estas mutaciones de gran amplitud produjeran un cambio dramático en la sociedad francesa.
Hasta 1971 la política de Pompidou y de Chaban tuvo un resultado positivo. El primero logró un índice de aprobación siempre positivo: no en vano era considerado como más liberal y más europeo que De Gaulle. A partir de este año, no obstante, intervino cada vez más en la política diaria porque percibía a Chaban como demasiado vinculado a la política de la izquierda reformista. Los mismos gaullistas estaban poco de acuerdo con él, circunstancia que se sumaba a que tampoco confiaban mucho en Pompidou que para De Gaulle era un mero ejecutor de su política. Los republicanos independientes, por su parte, también permanecían incómodos. Poniatowski, por ejemplo, hizo frecuentes declaraciones que daban la sensación de discrepancia. Pero el Gobierno se vio favorecido, sobre todo, por la ausencia de un verdadero partido de oposición. En julio de 1969 surgió el Partido Socialista superando al antiguo SFIO y dos años después Mitterrand se integró en él durante el Congreso de Epinay y se impuso como nuevo líder. Su idea estratégica fue siempre ampliar el Partido Socialista a toda clase de corrientes pero también hacerle crecer frente a los comunistas. Desde junio de 1972 hubo ya un programa común de la izquierda.
Mientras tanto, el Gobierno se deterioraba: aparecieron, por ejemplo, escándalos relacionados con los impuestos pagados por el primer ministro. Pompidou intentó reanimar el ambiente político por el procedimiento de utilizar el referéndum acerca de la ampliación del Mercado Común pero en él sólo logró el voto afirmativo de un 32% del electorado. A partir de 1972 el presidente optó por Pierre Messmer como sustituto de Chaban. Se trataba de una persona que, en absoluto, tenía una política personal y en el Gobierno se integraron personas muy fieles al presidente de la República y miembros de la oposición gaullista. Chirac fue la estrella en este Gobierno y la personalidad destinada a tener un futuro más prometedor.
Todo eso bastó para mantener el gaullismo en el poder. En las legislativas de marzo de 1973 la izquierda presentó un programa todavía evanescente y contradictorio mientras que la derecha ofrecía fórmulas mucho más prácticas. Lo más característico de estas elecciones fue que ya los socialistas casi empataron con los comunistas. Los reformadores o centristas, divididos en dos grupos, uno con la oposición y otro con la mayoría, sirvieron de apoyo, en la práctica, a ésta. Pero los años finales de la presidencia de Pompidou dieron la sensación de que la presidencia estaba vacante. La enfermedad grave padecida por Pompidou -una rara variante de la leucemia- fue interpretada como una sucesión de gripes hasta el momento de su muerte en abril de 1974. Francia, que permaneció ignorante de lo que sucedía, tuvo la sensación durante este período de que ni siquiera era gobernada.
La presidencia de Pompidou, en definitiva, debe considerarse como una herencia de su etapa de primer ministro. Consiguió hacer perdurar las instituciones y mantener la política exterior aunque con más diplomacia que en tiempos de la "grandeur" de De Gaulle. Su mérito esencial fue el haber sido un modernizador de la economía francesa. Los revolucionarios de 1968 prevenían contra el peligro de enamorarse de la tasa de crecimiento, pero en 1968-1973 Francia dobló sus exportaciones, aumentó un tercio su producción, consiguió el crecimiento industrial más alto del mundo e hizo avanzar su nivel de vida en un 25%. A pesar del papel desempeñado por el Estado, en realidad el factor principal que produjo el crecimiento económico fue la apertura hacia el exterior.
Los años de Pompidou ratificaron también el cambio social iniciado con De Gaulle. En 1954 la población urbana suponía el 58% mientras que en 1974 era ya el 73%. Allí se alojó la sociedad del bienestar y del consumo que, si en 1972 vio cómo se abría el primer Mac Donald's, en 1973 contempló la aparición la primera guía de Gault y Millau, dedicada a otro género muy distinto de alimentación. En esa civilización los cambios fueron rápidos e importantes en todos los terrenos: a comienzos de los setenta se vendían para el público femenino tres millones menos de faldas y tres millones más de pantalones. En 1965 uno de cada veinte franceses llevaba vaqueros, pero en 1975 los vestía uno de cada cinco. El lavavajillas y el congelador no se difundieron de forma definitiva hasta la época de Giscard, pero en 1974 ya el 80% de los hogares disponía de televisión y en 1973 el 67% de los franceses se iba de vacaciones. Cambiaban también las pautas culturales. Una parte de los católicos franceses se desorientaron con los cambios conciliares. Nada menos que en 1971 un 59% de los franceses pensaban que "la Iglesia no era ya la Iglesia de siempre"; en 1974 se habla ya de un cristianismo que había "estallado" en manifestaciones muy varias. Las antiguas fidelidades políticas, herencia de las luchas religiosas, se esfumaban, reveló Emmanuel Todd, en "La nueva Francia"; ahora lo que predominaba era la ausencia de identificación. En 1969 el 17% de las parejas que se casaron vivían juntas previamente. En 1970 aparecieron las primeras "sex shops" y en 1974 obtuvo un gran éxito la pornografía blanda Emmanuelle.
De una trascendencia muy grande en todo el mundo fue la política cultural francesa, definida en estos años, y capaz de poner al lado de la cultura de masas la "cultura cultivada". Su primer gestor, al lado de De Gaulle, fue Malraux que propuso como objetivo "devolver a la vida el genio pasado, dar vida al genio presente y recibir al genio del mundo". Uno de sus sucesores, Duhamel, definió la cultura como "una aventura propuesta a los hombres, una comunicación ofrecida para una comunión deseada". Las casas de la cultura, consideradas como "catedrales del siglo XX", la limpieza de fachadas urbanas, el inventario de bienes culturales o el 1% cultural fueron buena expresión de esta nueva política. El propio Pompidou se identificó con ella de tal manera que un gran centro cultural dedicado al arte contemporáneo en la capital francesa lleva su nombre.